domingo, 8 de abril de 2007
Regionalismos 2
En Berlín, mi carnicero era turco. El muchacho tenía estas increíbles cejas negras, pero una pinta de cavernícola insufrible. "¿De dónde eres?", me preguntó con un alemán rasposo y gutural. No estaba con humor flirtero, así que no le respondí. "Hey", insistió, "¿de dónde eres?". Yo me agaché para elegir la carne que esa noche iba a comer y él, muy agudo y perspicaz, se lanzó: "seguro eres de China".
miércoles, 4 de abril de 2007
lunes, 2 de abril de 2007
COMBI... NACIÓN
Durante tres meses no subí a una combi. Pero el miércoles pasado tuve que hacerlo. Y la maldita máquina del mal se chocó y yo lo vi venir. A mí no me paso nada; sin embargo, la señora del costado se rompió el labio y la de atrás se golpeó la cabeza.
Lo más feo fue el silencio que siguió al choque, mientras la gente se aseguraba de seguir entera y evitaba mirar al resto, por si alguien no corrió la misma suerte.
Una señora rompió el vacuum gritando desesperada "¡mi hija!". La chiquilla se había sentado adelante y el choque fue frontal. A los 10 segundos -que se sintieron como 10 minutos-, la muchacha respondió con un "mamá, estoy bien" que a mí no me alivió, sino me dejó un mal sabor en la boca.
"¡Qué tal huevón!", le grité al conductor y luego seguí: "¿todos están bien?". Pero, al mismo tiempo, un tipejo sudoroso y vestido como burócrata de alguna oficina en el centro gritó más fuerte: "¡SUPONGO QUE NOS DEVOLVERÁN NUESTRO PASAJE!".
Todos bajamos después de eso, salvo las señoras heridas, y le avisé al sereno sobre ellas. Ya no tenía nada más que hacer, así que caminé hacia el gordete asqueroso y lo miré con furia. "Campeón, ¿ah? Bravo por lo que dijiste, ¡bravo! ¡No podías ser más oportuno!".
El tráfico continuó su flujo; los pasajeros, sus caminos. Yo saqué una cámara fotográfica e hice un par de fotos que luego serían borradas, quedando como único registro de lo ocurrido el pánico que ahora siento cada vez que subo a una combi.
Lo más feo fue el silencio que siguió al choque, mientras la gente se aseguraba de seguir entera y evitaba mirar al resto, por si alguien no corrió la misma suerte.
Una señora rompió el vacuum gritando desesperada "¡mi hija!". La chiquilla se había sentado adelante y el choque fue frontal. A los 10 segundos -que se sintieron como 10 minutos-, la muchacha respondió con un "mamá, estoy bien" que a mí no me alivió, sino me dejó un mal sabor en la boca.
"¡Qué tal huevón!", le grité al conductor y luego seguí: "¿todos están bien?". Pero, al mismo tiempo, un tipejo sudoroso y vestido como burócrata de alguna oficina en el centro gritó más fuerte: "¡SUPONGO QUE NOS DEVOLVERÁN NUESTRO PASAJE!".
Todos bajamos después de eso, salvo las señoras heridas, y le avisé al sereno sobre ellas. Ya no tenía nada más que hacer, así que caminé hacia el gordete asqueroso y lo miré con furia. "Campeón, ¿ah? Bravo por lo que dijiste, ¡bravo! ¡No podías ser más oportuno!".
El tráfico continuó su flujo; los pasajeros, sus caminos. Yo saqué una cámara fotográfica e hice un par de fotos que luego serían borradas, quedando como único registro de lo ocurrido el pánico que ahora siento cada vez que subo a una combi.
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