Cuando era una chibola en los primeros años de secundaria me gustaba mucho Borges. Me encantaba sentirme ignorante frente al genio. Sentía alivio. Sabía que había alguien sabio y gigante detrás de mí -o sobre, o que me contenía del todo-, cuidándome, mientras yo me perdía en los laberintos babilónicos, los recovecos de mi propia lengua, las bibliotecas universales, la esfera suspendida en el aire.
He descuidado a Borges y prometo hacer algo al respecto. Me emociona la gente que vive la ciencia con pasión: Borges hizo suyo el oxímoron... Tolkien fue otro.
Alguna vez leí algún comentario de Borges sobre el alemán. Creo que fue en un perfil que él escribió de sí mismo para The New Yorker. No recuerdo con exactitud qué decía, pero si se trata de un idioma tan exacto y de un científico de la palabra -porque otra cosa no era- solo podría tratarse de una declaración de amor.
Es muy conocida la admiración que el escritor le tenía al alemán. Tradujo textos de este idioma al español, sobre todo los de Angelus Silesius. Por ello, en el 2010, debido a que Argentina será el invitado especial en la Feria del libro de Frankfurt, ambos países sacarán una estampilla de correo simultáneamente y, aunque todavía el diseño no se ha dado a conocer, el tema es obvio: Borges.
Hoy encontré unos versos del escritor argentino sobre el alemán. Nunca los había leído, pero me gustaron. Ya para el final mi identificación era total. Pero eso sí, prometo hacer algo pronto al respecto.
Mi destino es la lengua castellana,
El bronce de Francisco de Quevedo,
Pero en la lenta noche caminada,
Me exaltan otras músicas más íntimas.
Alguna me fue dada por la sangre-
Oh voz de Shakespeare y de la Escritura-,
Otras por el azar, que es dadivoso,
Pero a ti, dulce lengua de Alemania,
Te he elegido y buscado, solitario.
A través de vigilias y gramáticas,
De la jungla de las declinaciones,
Del diccionario, que no acierta nunca
Con el matiz preciso, fui acercándome.
Mis noches están llenas de Virgilio,
Dije una vez; también pude haber dicho
de Hölderlin y de Angelus Silesius.
Heine me dio sus altos ruiseñores;
Goethe, la suerte de un amor tardío,
A la vez indulgente y mercenario;
Keller, la rosa que una mano deja
En la mano de un muerto que la amaba
Y que nunca sabrá si es blanca o roja.
Tú, lengua de Alemania, eres tu obra
Capital: el amor entrelazado
de las voces compuestas, las vocales
Abiertas, los sonidos que permiten
El estudioso hexámetro del griego
Y tu rumor de selvas y de noches.
Te tuve alguna vez. Hoy, en la linde
De los años cansados, te diviso
Lejana como el álgebra y la luna.