
Si existe alguna cultura que siempre me ha cautivado es Chavín de Huantar. Recuerdo algún trabajo primarioso cuando era más cabezona hace algunos años sobre su templo. Dibujé el nombre "chavín" en letras gordas sobre un muro que más tenía de incaico que de otra cosa. Bueno, a los 10 todo lo "cholo" se ve igual para una niñita limeña que estudia con monjitas alemanas.
Conocí Chavín en el 2001 y lo reconocí hace un par de meses. Viajé enviada por la revista en la que trabajo. Como fuimos un grupo de periodistas, nos trataron a lo VIP, es decir, nos hicieron pasar a partes del laberinto a las que no dejan pasar a cualquiera. Ver piedras a oscuras, caminando sobre maderos que evitan que caigas a un hueco de 5 metros, es lo mas chic que he hecho en mi vida.
Nos dejaron entrar al templo en la noche. Carla -la fotógrafa que me acompañó- y yo éramos las únicas mujeres y, parece que gracias al gorro de Carla y mi pelo suelto, el chamán que nos acompañaba decidió que yo iba a ser su palla o, como diríamos en español y en estos tiempos, su novia. Aunque me gusten medio salvajones, nunca tanto: me jaló de un brazo y me incrustó un tocado de flores y cuentas de madera. Esa huevada pesaría tres kilos.
Con el cuello doblado por el peso de mi corona, a 5 grados y en el centro de la plaza, comenzó el rito. El brodercillo me hizo bailar con una lanza selvática -ajá, en el medio de la sierra- al compás de un tambor y sus gritos guturales. La palla estaba más asustada que las alpacas que nos miraban de lejitos. Luego nos hizo sentarnos y nos pasó dos rondas de un menjunge psicotrópico: el sanpedro.
La sopa esa no sabía a nada rico. Más bien, me recordó al Magnesol que mi mamá solía darme cuando tenía 10 años y cariñosamente llamábamos "jugo de clavo". Bueno, tomé el vaso a lo seco y volteado, imitando a los otros periodistas, para luego enterarme que mis coleguitas habían cerrado los labios y hecho como que tomaban cuando en realidad el líquido nunca entró a sus sistemas. Y me fui al carajo. Ok, ok, no me fui al carajo, en realidad no pasó ni miércoles... y yo que quería ver dinosaurios. Me contaron que el sanpedro puede actuar dos horas después, pero dos horas después yo hacía la meme.
Y la palla cerró la sesión bailando al rito del tamborcillo en medio de la plaza cuadrada de Chavín a las 12pm. En algún momento me vi desde fuera, con mi tocado y mi lanza, quizá resultado del néctar de cáctus, y pensé que nunca más se iba a repetir. Y, como la vida es corta, esa noche bailé y salté más que nadie.
Nos dejaron entrar al templo en la noche. Carla -la fotógrafa que me acompañó- y yo éramos las únicas mujeres y, parece que gracias al gorro de Carla y mi pelo suelto, el chamán que nos acompañaba decidió que yo iba a ser su palla o, como diríamos en español y en estos tiempos, su novia. Aunque me gusten medio salvajones, nunca tanto: me jaló de un brazo y me incrustó un tocado de flores y cuentas de madera. Esa huevada pesaría tres kilos.
Con el cuello doblado por el peso de mi corona, a 5 grados y en el centro de la plaza, comenzó el rito. El brodercillo me hizo bailar con una lanza selvática -ajá, en el medio de la sierra- al compás de un tambor y sus gritos guturales. La palla estaba más asustada que las alpacas que nos miraban de lejitos. Luego nos hizo sentarnos y nos pasó dos rondas de un menjunge psicotrópico: el sanpedro.
La sopa esa no sabía a nada rico. Más bien, me recordó al Magnesol que mi mamá solía darme cuando tenía 10 años y cariñosamente llamábamos "jugo de clavo". Bueno, tomé el vaso a lo seco y volteado, imitando a los otros periodistas, para luego enterarme que mis coleguitas habían cerrado los labios y hecho como que tomaban cuando en realidad el líquido nunca entró a sus sistemas. Y me fui al carajo. Ok, ok, no me fui al carajo, en realidad no pasó ni miércoles... y yo que quería ver dinosaurios. Me contaron que el sanpedro puede actuar dos horas después, pero dos horas después yo hacía la meme.
Y la palla cerró la sesión bailando al rito del tamborcillo en medio de la plaza cuadrada de Chavín a las 12pm. En algún momento me vi desde fuera, con mi tocado y mi lanza, quizá resultado del néctar de cáctus, y pensé que nunca más se iba a repetir. Y, como la vida es corta, esa noche bailé y salté más que nadie.
